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El sermón de San Bernardo de Claraval nos da claves sobre cuándo invocar a la Virgen María: María Auxiliadora (audio y lectura).
«… Ave estrella del Mar…»
No apartes los ojos de la luz de esta estrella.
Imagen: Virgen María
Fuente: pintura de Bernardo Filippino Lippi. 1482-1486 Badia Florentina. Florencia
El 24 de mayo la Iglesia Católica celebra la festividad de María Auxiliadora, resaltando con esta advocación la ayuda que la Virgen brinda a sus hijos cuando acuden a ella.
Dentro de los sermones que destacan el papel de María, como madre que está pronta a ayudar en los momentos más difíciles de la vida, se encuentra el realizado por San Bernardo de Claraval, monje cisterciense francés, y autor de la conocida oración que inicia diciendo “Acordaos oh piadosísima Virgen María…”
La homilía, que algunos han constituido oración denominándola “Ave estrella del Mar” o “Mira la estrella, invoca a María” tomó como base el versículo 27 del capítulo 1 del evangelio según san Lucas, que dice: “y el nombre de la Virgen era María”.
Sus palabras fueron las siguientes:
Escucha esta homilía en lenguaje español aquí
“Y el nombre de la Virgen era María” … Hablemos un poco de este nombre que significa según se dice “estrella del mar” y que conviene maravillosamente a la Virgen Madre… ella es verdaderamente esa resplandeciente estrella que se levanta sobre la inmensidad del mar, toda brillante por sus méritos, radiante por sus ejemplos…
¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no apartes los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si los escollos de las tribulaciones se interponen en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres azotado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma, alza los ojos a María.
Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso la vista de las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, empiezas a dejarte arrastrar por el torbellino de la desesperación, piensa en María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás; rezándole, no desesperarás; pensando en Ella, evitarás todo error. Si Ella te sostiene, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin. Y así verás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.
Homilías sobre el Evangelio
Missus est 2,17.
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